-Me duele todo… por favor,
soltadme de aquí. –Suplicaba entre sollozos y sin fuerzas.
-Tenemos que ser fuertes…
-Exclamaba a su lado, también atada.
-No puedo más… ¿qué fue lo que
pasó aquella noche?...
En ese momento entró un hombre
con barba, alto y fuerte, con unos vaqueros y un suéter negro con el grafismo
de una pieza de puzle encadenada. Traía consigo un vaso de agua y unas
pastillas.
-Vais a tomaros esto. –Pronunció
el individuo.
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Era domingo y Lucía había salido
a pasar el día con Marc a la playa, hacía buen día y ya habían entrado casi en
verano. Marc estaba tomándose un baño mientras ella leía la cuore en la arena, tumbada bocabajo,
cuando de pronto, escuchó que vibraba algo.
Su móvil no era porque ella no
acostumbraba a llevarlo en silencio, al contrario que su novio, algo que le
ponía de los nervios. Palpó en la mochila de Marc, y efectivamente, alguien
estaba llamándole. Lucía se volteó para ver dónde estaba exactamente su chico y
avisarle, pero no lo vio, así que decidió cogerlo. Era un número oculto.
-¿Sí?
Al otro lado nadie respondía,
pero se escuchaba una respiración lenta.
-¿Hola?, ¿quién es?
Fuera quién fuera la persona que
se hallaba al otro lado de la línea, tras unos segundos, colgó. Lucía se
extrañó y se quedó mirando la pantalla, pero pensó que tal vez se habían
equivocado.
-¿Qué haces?!
Lucía se asustó, Marc la
sorprendió toqueteando su registro de llamadas.
-Ahh.. no, nada, que te estaba
sonando el móvil y com…
-Lucía, cariño –la interrumpió.-
Sabes perfectamente que no me gusta que me mires el teléfono como si fueras una
celosa. –Se agachó y tomó una toalla para secarse un poco el pelo, la cara y el
cuello.
-Marc, no es eso. Solo quería ver
quién te estaba llamando. –Dijo mientras se daba la vuelta y, sentada, alzaba
la mirada medio guiñando los ojos por la incidencia del sol a su cara.
-Trae. –Le arrebató el móvil de
las manos. Miró la pantalla y tecleó algo. –Ya está. No sé quién sería. Si
quiere, que vuelva a llamar. –Y se guardó el móvil en la mochila. –Vámonos a
casa a ducharnos y luego te llevo a comer al restaurante más caro y lujoso de
la ciudad. –Le besó en la cara, sabía que había estado un poco borde, y por
ello quería compensarle. Además, siempre que podía le daba lo mejor a su chica.
Pero Lucía se había quedado
pensativa, le había dado tiempo a ver que tenía varias llamadas con número
oculto en el registro, y comenzó a atar cabos, pues desde hace una semana se
vino dando cuenta de que algo raro pasaba… Recordó cuando estaban en la
habitación y no paraba de recibir mensajes de texto y whatsapps el día que
fueron a ver Matrimonio para tres, en
el Teatro Olympia, cuando le dijo que sería Carla, y luego, mientras veían la
obra, seguía pendiente del teléfono…
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-Pabellón 3. –Leyó en voz baja un hombre de mediana edad, en torno a
los 53 años. Accedió a través de unas grandes cortinas rojas-granate a un
pequeño habitáculo en el que había un mostrador, tras el cual se encontraba una
mujer joven con el mismo uniforme de la pieza de puzle. Era el uniforme de Anonymous. Morena, con el pelo largo, bien
peinada y maquillada. Ese era su aspecto. La iluminación más bien era escasa,
pero con focos semejantes a los de las discotecas.
-Buenas tardes. ¿Me muestra, por
favor, su carnet de socio? –Sugirió la voz femenina tras el mostrador.
-Hola… sí. –El hombre de mediana
edad sacó su cartera y se identificó como socio del club.
-De acuerdo, ¿ha visto ya el catálogo?, ¿sabe ya cuál es su
solicitud?
-Sí… -Pronunció algo nervioso y sudoroso.
–Hice la reserva hace unos días.
-Ajá. Un momento, por favor, que
lo compruebe. –La mujer tecleó en el ordenador y tras unos instantes alzó la
mirada, sorprendida, hacia el cliente que tenía enfrente. –Muy bien, sabe que
el resto de pago debe abonarlo antes de la cita. Serán 3.100 euros.
El hombre, mirando a ambos lados,
nervioso, le entregó el carnet de identidad y su visa para efectuar el pago, y
a continuación la mujer le dirigió por un pasillo hasta una habitación.
Ella abrió la puerta. Tenía una
cama redonda de 4 metros de diámetro, con sábanas rojas y cojines y almohadones
del mismo color, cuyos bordes eran dorados con flequillos. La habitación estaba
rodeada de espejos, por los cuatro costados así como por el techo, y una cámara
de alta definición descansaba, sobre un mueble con cajones y estantes, enfrente
de la cama, esperando para grabar.
-Pase, por favor. –La mujer le
cedió el pasó con la mano muy amablemente. –Anonymous
le desea que disfrute de nuestros mejores servicios.-Terminó por decirle. Acto
seguido cerró la puerta y se dirigió de nuevo al mostrador, donde pulsó la
tecla de confirmación de la habitación 12.
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-Vamos, la 14 y la 15. Ya está
aquí. –Dijo una voz grave masculina entreabriendo la puerta.
El hombre con barba, que vestía
de negro, y cuya constitución era gruesa y fuerte, se levantó de la silla del
escritorio, cogió la pistola del cajón con la mano derecha, se la encajetó en
la parte trasera de la cadera, y cogió de la mesa un manojo de llaves,
dirigiéndose a paso rápido hacia la sala contigua.
-¿Estáis listas? –Preguntó
retóricamente.
Las chicas ya no decían nada, no
tenían fuerzas para pronunciar absolutamente nada. Estaban drogadas y las
habían vestido con lencería femenina de color negro. Llevaban el pelo largo,
planchado, ambas eran rubias y eran muy bellas. Iban maquilladas y perfumadas.
Todo a petición de los clientes, como siempre.
El hombre las liberó de las
jaulas que medían unos 2 metros de altura y las amenazó con la pistola.
-Si se os ocurre hacer cualquier
tontería lo pagaréis muy caro. –Les dijo con tono amenazante y apuntándolas con
el revolver en la cabeza.
Ellas se miraban, tenían la
mirada triste, y a pesar de que las estaban alimentando, habían perdido algunos
kilos.
Eran Natalia y Sara. Estaban
vivas en no se sabe qué lugar.
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[Flashback]
Tarde del sábado 25 de Mayo, día de la desaparición de las jóvenes.
Casa del pueblo de Sara. Viver.
-Entonces esta noche vas a venir
tú también, ¿no? Vale… necesito que me pases porque ya se me ha acabado.
–Hablaba Sara a través del teléfono móvil, caminando nerviosa de un lado para
otro de la cocina.
-Sí, ya te lo dije, y no te
preocupes, esta noche te doy lo tuyo… pero ya sabes que tú también me tienes
que dar algo a cambio. –Sugería una voz masculina al otro lado de la línea
mientras Sara se reía pícaramente.
-Ajá… yo sabré pagarte como
siempre… si tú cumples con tu parte…
-¿Sara?, ¿con quién hablas?
–Natalia la sorprendió en una actitud nerviosa y juguetona. Le medio despistaban
esos cambios de actitud.
-Tengo que dejarte. Acuérdate.
Ciao. –Finalizó la llamada. –Natalia, ¿desde cuándo te dedicas a espiar a la
gente? –Le preguntó molesta.
-No te estaba espiando, me habías
dejado sola arriba, y como veía que tardabas… ¿te… pasa algo? Te noto inquieta…
Sara se puso erguida y dejó de
apoyarse sobre la mesa cuadrada que había en medio de la cocina. Trató de
disimular su mono pasándose la mano por el cabello, enseguida dejó el móvil
sobre la mesa, y avanzó hacia su amiga. La cogió de la mano y le dijo que
fueran a arreglarse o serían las últimas en llegar a la fiesta. Tenían que
estar mejor que nadie para darlo todo.
[Fin flashback]
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Las chicas pasaron a la
habitación, el cliente estaba recostado sobre la cama, en ropa interior. Tenía
vello excesivo por todo el cuerpo y le sobraban unos 12 kilos. Estaba serio,
pese a que no era la primera vez que acudía.
La puerta se cerró tras ellas y
la cámara inmediatamente se conectó. Todo quedaba filmado por seguridad.
-Vamos, venid aquí. –El hombre
comenzaba a excitarse.
Natalia y Sara no se movían de la
entrada, tenían miedo, y estaban cansadas, aunque exteriormente el aspecto pareciera
cuidado.
El hombre se levantó y, más
excitado que nunca, las rodeó a paso lento, mientras las olía y las manoseaba
suavemente. Ellas sentían asquerosidad, repudiación. En los dos meses que
llevaban capturadas ya habían sido violadas 4 veces. Les habían destrozado la
vida, a ella y a todas las que allí tenían encerradas. Ya nada tenía sentido,
habían acabado con sus ganas de vivir.
Entonces, las echó de un empujón
a la cama, tenía fuerza, y como un loco obsesivo les quitó la lencería
desgarrándosela, las despeinó y las hizo suyas a la fuerza. A ellas les caían
las lágrimas lentamente por el rostro, no sentían dolor, no sentían la
realidad, no sentían nada, estaban idas, totalmente drogadas para que no opusieran
resistencia.
Introdujo su miembro viril sobre
el cuerpo de las dos jóvenes, primero en el de Natalia, luego en el de Sara.
Mientras penetraba brutalmente a una, masturbaba a la otra. Sara, tumbada boca
arriba, mientras era dolorosamente palpada, reclinó con tristeza y lentamente
su mirada hacia el objetivo de la cámara… Fue en ese momento que un recuerdo de
aquella noche vino a su mente.
[Flashback]
Noche del sábado 25 de Mayo, día de la desaparición de las jóvenes.
Casa del pueblo de Carla.Viver.
El móvil de Sara recibió un whatsapp.
-Sal al coche, ya he llegado.
Sara no había bebido todavía
demasiado, estaba bastante lúcida como Natalia. Las dos estaban en el sótano,
charlando con otros jóvenes que allí se encontraban. La música sonaba a tope y
estaban viendo cómo jugaban un grupo de chavales, entre fumeteo, bebida y
risas, al villar.
Sara sacó su móvil y leyó el
mensaje. –Ahora vengo, tía. Voy un momento al coche.
-Ehh… no tardes, por favor,
aunque dije que vendría creo que me estoy arrepintiendo, no encuentro la fiesta
divertida, Sara. –Le respondió Natalia.
Pero su amiga obvió las palabras
de Natalia, lo único que le importaba en ese momento era salir y conseguir lo
suyo. Necesitaba su dosis de cocaína. Dejó su cubata sobre el borde de la mesa
del billar y subió rápidamente las escaleras del sótano que daban a la planta
baja de la casa. Se dirigió con prisas hacia la puerta principal, pero iba tan
despistada y concentrada en lo suyo que se tropezó con Ruth, a la salida de la
misma.
-¡Joder Ruth!, ¡a ver si miras
por dónde andas! –Le espetó con aires.
Ruth no le hizo caso. Solo se
reía, todo le hacía gracia, estaba ya bien borracha. Pero sí vio que alguien,
un chico bastante atractivo, a quien no recordaba haber invitado a la fiesta,
estaba unos metros más adelante, apoyado en un árbol. Observó cómo Sara se
reunía con él y este le daba un fuerte morreo.
Por un instante se quedó seria,
mirando fijamente, como si reconociera a esa persona, pero acto seguido le vino
otro ataque de risa y siguió a lo suyo, mareando por allí junto al resto de los
invitados y bailando al ritmo de la música.
-¿Qué haces? –Sara apartó la cara
del chaval de la suya. -Dame lo mío y luego yo te pago lo tuyo, pero hasta
entonces nada.
-Tss…tsss…tsss… que la merca la
traigo yo. No te pongas chula.
-¡No estoy para gilipolleces,
dámela ya! –Sara le golpeó, le propició una bofetada en toda la cara y le dejó
una marca. Había perdido los nervios.
-¿Qué coño te pasa, tía??! Estás
loca o qué?! –Le gritó en la cara llevándose, adolorido, las manos a su moflete
izquierdo. -¡Toma y que te jodan, flipada! –El chaval le soltó la bolsita y se
la estampó en el suelo. –Esto no se queda así. Que sepas que me debes 200
pavos. –Dio media vuelta y malhumorado se dirigió por el camino de tierra hacia
su moto…
Sara estaba rabiosa, y no tenía
control sobre sí misma. Para colmo, el chico le dejó casi con la palabra en la
boca, allí plantada con sus malos aires, lo que le creó demasiada impotencia.
Ella tenía que decir la última palabra…
-¡No, que te jodan a ti, Marc!
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